A veces el reciclaje obra milagros

Tres Reyes Magos traen reciclaje

Era la fría mañana del 24 de diciembre. A través de los guantes sin dedos podían entreverse sus manos amoratadas. Se las frotaba una contra otra de forma repetida con la intención de que entrasen en calor. Llevaba un raído gorro de lana y un abrigo que le habían dado en la parroquia unos días antes. Estaba un poco ajado, pero calentaba lo suficiente.

Empujaba un viejo carrito de supermercado al que una rueda le bailaba loca. Enfiló el camino que salía del poblado chabolista a las afueras de la ciudad. Desde que la crisis se había ido agudizando cada vez era más difícil encontrar trastos viejos, o trozos de chatarra que poder vender. Se diría que los ricos también sufrían su propia crisis y aprovechaban las cosas mucho más. A duras penas lograba conseguir cada día algunas cosas para que sus niños pudieran comer.

Atrás en la chabola quedaban durmiendo sus dos niños, como dos soles, María y José. Aquel día no habían ido al colegio ya que estaban de vacaciones. Una de sus mayores preocupaciones era que pudieran estudiar y ser algo en la vida, algo que ella nunca había podido hacer. Le daba pánico que los rumores de recortes llegasen a las ayudas para el comedor escolar de los niños. Como madre sola con hijos, el padre hace años que desapareció, recibía una beca que le pagaba el comedor a medio día. Al menos así, pensaba ella, tenían una buena comida asegurada cada día. Pero si le quitaban también eso, no sabía qué iba a poder hacer.

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Sumergida en sus pensamientos se fue adentrando en el polígono en busca de algo abandonado o en algún contenedor. Esa noche quería poder ofrecer a sus hijos una cena especial. Daba por descontado que ella renunciaría a su parte por ellos pero al menos hoy, en Navidad, quería que se sintiesen especiales… como los demás niños.

El polígono estaba desierto. No había nada que coger… nada que comer. Estuvo varias horas deambulando y mirando contenedor por contenedor… Nada. Empezó a nevar, pero ella quitándose los copos de la cara siguió en su lento caminar recorriendo calle a calle sin desfallecer, sin rendirse. Recordó alguno de esos villancicos que aprendió en el pueblo cuando era niña,…hace ya tanto tiempo: “En el portal de Belén hay estrellas, sol y luna…”.

Sin darse cuenta había llegado al final del polígono y tocaba darse la vuelta. En el carrito: Nada. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mezclándose con la nieve. No lloraba por ella, lo hacía por sus hijos…

… de pronto una voz la llamó: “¡Señora!, ¡Sí, la del carrito!. ¡Venga aquí!”. Ella se giró hacia la voz que la llamaba. Estaba un poco asustada. No había cogido nada que no fuera suyo, nunca lo hacía, pero a veces había quien le quitaba la chatarra aprovechándose de que era mujer y débil. La voz provenía de una nave ya en la salida del polígono. “Ferretería Industrial 3R”. Un hombre con barba le hacía señas para que se acercase. Ella fue hacia él empujando su carrito.

  • “Buenas tardes y Feliz Navidad dijo el hombre”.

Al abrirse la puerta de la nave ella pudo ver que dentro había otros dos hombres. Uno de ellos mayor y con barba blanca debía ser el jefe. El otro parecía negro. Los tres parecían tranquilos y sonrientes. “Necesitaríamos que nos ayudase” le dijo el hombre. “¿Sería tan amable de llevarse esa chatarra que tenemos por ahí estorbando?”. La mujer miró hacia donde le señalaba y no podía creer lo que le indicaba. Era un montón de tuberías de cobre.

  • “Es que hemos estado haciendo unos trabajos cambiando radiadores y hemos retirado las tuberías viejas. La he visto pasar por aquí todos los días y he pensado que podría serle útil el material”.

Ella cargó en su carrito los tubos de cobre. ¡Lo menos había 120kg! Con el dinero que le diesen por esto iba a poder alimentar a sus hijos más de un mes. Dio las gracias y se dispuso a marcharse.

  • Un momento”, la llamó el hombre negro. “Estamos en Navidad, nos ha sobrado una de las cestas y tal vez a usted le vendría bien”.

Ella no sabía qué responder. Cómo dar las gracias. En la cesta había un jamón, turrones, lomo y un montón de cosas más que ella hacía años que no había visto. No dejaba de llorar mientras se deshacía en gracias y volvía hacia la chabola. Pero esta vez las lágrimas no eran de pena sino de alegría.

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Aquella Noche Buena fue muy especial y ella y sus hijos no la olvidarían nunca…

 

… a la mañana siguiente ella volvió al polígono como cada día. Quería dar las gracias a aquellos 3 hombres pues pensaba que el día anterior con la emoción no había podido hacerlo en condiciones. En el lugar donde estaba la nave no había tal nave, sino un lavadero de coches. La mujer preguntó pero le dijeron que en el polígono no había habido nunca una Ferretería Industrial llamada 3R.

 

… a veces cuando hace falta ocurre un milagro.

 

Álvaro Rodrígez, Director de Energías Renovables de IMFÁlvaro Rodríguez, Director del Área de Medio Ambiente de IMF Business School, Director General de The Climate Reality Project y es portavoz de la Federación Española de la Recuperación y el Reciclaje (FER).

 

 

 

 

 

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